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martes, 4 de noviembre de 2014

Espartaco – el héroe de la libertad

Espartaco – el héroe de la libertad

El mundo antiguo conoció otras revueltas de esclavos, pero ninguna alcanzó las dimensiones espectaculares como esta. Otros rebeldes que se alzaron en armas contra el poder y el Senado de Roma, pero ningún caudillo popular logró la fama de Espartaco, que  en dos años derrotó nueve veces a las legiones romanas. Todo empezó con una revuelta en la escuela de gladiadores de Léntulo Batiato en Capua, en el año 73 a.C. De los doscientos esclavos sublevados fueron setenta los que lograron huir. Eran tracios, celtas y germanos. Apenas tenían armas, pero eran fuertes y sabían combatir.
Designaron como jefes al tracio Espartaco y a dos celtas, Criso y Enómao. Marcharon hacia el sur, se fueron armando y saquearon campos y aldeas. Se les sumaron esclavos, desertores y gentes empobrecidas, atraídos por la generosidad de Espartaco, que repartía los alimentos y armas de modo igualitario.
Ante aquella amenaza Roma envió contra ellos, un ejército de tres mil hombres. No eran las mejores legiones, pero era una tropa numerosa mandada por el pretor Clodio Glabro, que se apresuró en poner sitio al monte para rendir pronto a los sitiados. Pero en lo alto de la montaña, los refugiados se hicieron escalas de cuerda con los sarmientos de las vides, y de noche bajaron en silencio y atacaron el campamento de los desprevenidos romanos, logrando una primera y clara victoria. De nuevo Roma envió otras tropas, al mando del pretor Varinio, pero fueron vencidos en tres encuentros. El botín y el armamento reforzaron la fama y el valor de aquellos esclavos liberados que formaron ya un ejército considerable, al que se fueron agregando miles y miles de nuevos rebeldes. Espartaco inculcó un ánimo solidario y disciplina a toda su gente. Sin duda sacó provecho de que, antes de ser gladiador, había militado como mercenario en las tropas auxiliares del ejército romano y conocía sus tácticas bélicas. Para el año de 72 a.C., sus seguidores ya ascendían a cuarenta mil, y no tardarían en pasar de sesenta mil.
Luego el grupo de Espartaco con el de Criso se separaron y el grupo de Criso fueron atacados por las legiones de Gelio y sufrieron una completa derrota junto al monte Gargano. Allí quedó muerto el jefe celta y los veinte mil hombres. Pero Espartaco se enfrentó con los dos cónsules y los venció. Y como homenaje póstumo a su camarada sacrificó a trescientos prisioneros, con un cruel ultraje: les hizo enfrentarse entre ellos como si fueran gladiadores en lucha a muerte. Después se enfrentó con otro ejército romano, acaudillado por Cayo Casio, al que también derrotó. Luego decidió volver de nuevo hacia el sur, acaso forzado por su falta de víveres o por la terca oposición de la mayoría de sus seguidores. Los rebeldes pasaron cerca de Roma, lo que debió de alarmar a muchos ciudadanos, pero aquella abigarrada y numerosa tropa carecía de medios para asediar una ciudad o intentar un asalto a sus muros.
En vista de la situación, Marco Licinio Craso, se ofreció para salvar la República. De noble familia, era el hombre más rico de Roma. El Senado le concedió un poder militar excepcional y los dos cónsules derrotados, Gelio y Léntulo  (que aún mantenían su cargo), le cedieron el mando de las tropas. Craso reunió seis nuevas legiones –unos treinta mil hombres–, les sumó las cuatro de los cónsules, o lo que quedaba de ellas, y se puso en marcha hacia el sur. Era un ejército de casi cincuenta mil soldados. Envió por delante a su lugarteniente, Mummio, con dos de las castigadas legiones para acosar y vigilar a los rebeldes. Pero en un arranque de audacia, Mummio fue más allá de sus órdenes y, confiando en su posición ventajosa, atacó al enemigo. Sufrió una franca derrota; una gran parte de sus hombres huyó ante los bravos rebeldes de Espartaco. Craso, enfurecido, aplicó a aquellas tropas un terrible castigo: las diezmó. Es decir, hizo dar muerte –a manos de sus propios compañeros– a uno de cada diez hombres.
Desde Reggio, Espartaco intentó pasar con sus hombres a Sicilia. La isla se divisaba cerca, pero carecía de medios de transporte. Intentó cruzar el estrecho de Mesina en los barcos de algunos piratas, que lo traicionaron; había una nueva disensión entre sus gentes y algunos grupos se escindieron buscando un paso hacia el norte, que posteriormente fueron cazados y aniquilados, los audaces rebeldes lo cruzaron de noche y entre la nieve, y avanzaron hacia el este. Pero no pudieron evitar que los  acorralara el enorme ejército de Craso.
En abril de aquel mismo año, obligado a la gran batalla campal. El combate fue extraordinariamente encarnizado. Espartaco avanzó sembrando muerte a su paso, dirigiéndose tal vez hacia donde se encontraba Craso. Pero cayó heroicamente con múltiples heridas y su cadáver quedó irreconocible entre los montones de muertos. Craso obtuvo una aplastante victoria. Para conmemorarla y para escarmiento de cualquier rebelde, mandó crucificar a los seis mil prisioneros supervivientes a lo largo de la vía Apia, que iba de Capua hasta Roma. Numerosos fugitivos trataron de escapar hacia el norte, pero se toparon, con el ejército de Pompeyo, que aprovechó la ocasión para aniquilarlos y adjudicarse un nuevo timbre de gloria.
Luego se jactaría de haber sido él quien puso punto final a la guerra. Aunque Craso había logrado derrotar y matar a Espartaco en medio año, de otoño de 72 a.C. a abril de 71 a.C., no pudo monopolizar la victoria. Pompeyo y Craso fueron elegidos cónsules para el año siguiente. Ambos compartieron poder en Roma durante lustros y luego coincidieron en tener una muerte violenta y ser decapitados. Pero la gloria de Espartaco sobrevivió a la de los dos generales victoriosos. El nombre del esclavo tracio, rebelde y revolucionario, no se eclipsó con su fracaso y muerte. Perduró en la memoria colectiva como mítico héroe de la libertad.



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