Narciso – El amor a si mismo
Al nacer Narciso, hijo de una
ninfa y de un rió, el vidente ciego Tiresias auguro: “El niño vivirá, hasta una
edad avanzada, en tanto no se contemple a si mismo”. La madre de Narciso quito
del camino toda superficie espejada y el joven
alcanzo dieciséis años tan plenos y bellos que de solo verlo provocaba pasiones
desenfrenadas.
Entre los enamorados y enamoradas
de Narciso se encontraba la ninfa Eco. Tiempo atrás Zeus había convocado a Eco par
que acompañara a la diosa Hero. El rey de los
dioses esperaba que el parloteo incesante de la conversadora ninfa
distrajera a su esposa, mientras él se dedicaba a sus amantes. Pero la diosa
Hera comprendió la estratagema y le quito a Eco el poder de las palabras. Desde
ese momento la ninfa solo pudo repetir las últimas voces que otros pronunciaban.
Cuando Narciso la sumo a su lista
de rechazo, oculta en las cañadas, Eco se consumió hasta quedar en un hijo, una
resonancia, una tenue voz, Narciso, en tanto, siguió su camino impasible a las
emociones que despertaba. Hasta que Némesis, la diosa de la venganza, escucho
las quejas de los despechados y envió sobre el joven un calor agobiante que lo
condujo a las orillas de un rio. Al inclinarse sobre las lisas aguas de plata,
Narciso contemplo su imagen por primera vez. Verse fue enamorarse de sí mismo,
con un amor terrible e imposible, que lo hizo agonizar.
Apuro su muerte clavándose una
daga en el pecho y del contacto de su sangre con la tierra broto una nueva
flor: el narciso. Una bella y indiferente a la pasión de los humanos, como
cualquier otra flor.
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